Temo, no estoy segura
de nada
ni siquiera de mí.
Sólo se que no quiero lastimarte.
Pero a la vez…
Estás siempre
presente,
tus ojos mirándome
con tanta pasión
desde el fondo de mi
pecho.
Y por primera vez
no temo mirar
para interrogar
qué está pasando.
Al verte otra vez
me convencí
de que no era otro
de mis sueños;
sino que esta vez
el que me amaba
eras vos,
no mi imaginación
quien tantas veces
me jugó
una de sus peores
bromas.
Agradezco
infinitamente a Dios
y aprendí por fin
que de nada sirve
tratar de entenderlo,
sino sólo aceptar
Su sabio destino.